¿Acabará la crisis de empleos?
La crisis del empleo sigue martilleando a la clase obrera, y ni la patronal ni políticos tienen soluciones.
EL ALTO desempleo continúa destruyendo millones de vidas en todo Estados Unidos, y no es sólo por malas políticas, sino porque así trabaja el capitalismo.
De acuerdo con el Instituto de Política Económica, la economía estadounidense debe generar unos 10 millones de nuevos puestos de trabajo sólo para compensar la pérdida de empleos generada por la recesión y para emplear a los jóvenes entrando a la fuerza laboral. Pero con la actual desaceleración del crecimiento económico, ese déficit probablemente no va a desaparecer.
Ni los políticos ni las corporaciones proponen algo que vaya a terminar con el sufrimiento, pero por supuesto, con la esperanza de anotar algunos puntos, Mitt Romney y Barack Obama se pelean por señalar al responsable, aunque ambos políticos estén igualmente dedicados a los intereses del capital.
Esto es obvio de Romney, un especulador de Wall-Street convertido en político republicano. Pero desde que asumió el cargo en 2009, Obama ha también demostrado su devoción a América S.A.--incluso si la élite empresarial parezca no mostrar su agradecimiento.
El rescate financiero de Obama--que ascendió a $16 billones, según la Oficina de Responsabilidad Gubernamental--evitó el colapso total de la banca, pero ¿dólares federales en un programa de empleo? Para nada. De hecho, la administración Obama se niega a ayudar a los estados con problemas de presupuesto--por ejemplo, proporcionando préstamos sin intereses para evitar despidos masivos y drásticos recortes al gasto social.
Como Ezra Klein de The Washington Post señaló:
Desde que Obama fue elegido, el sector público ha perdido unos 600.000 puestos de trabajo. Si esos puestos de trabajo fueran restituidos, la tasa de desempleo sería 7,8 por ciento.
Pero, ¿qué tal si hiciéramos algo más? A esta altura en el gobierno de George W. Bush, el sector público había crecido un 3,7 por ciento. Eso equivaldría a un poco más de 800 mil trabajos hoy. Si agregamos esos hipotéticos puestos de trabajo, la tasa de desempleo caería a 7,3 por ciento.
INCLUSO ESA tasa de desempleo del 7,3 por ciento, aunque mejor que la actual, aún sería mucho mayor de lo normal en una expansión económica. Urge la pregunta: ¿Por qué las empresas no contratan?
No es porque no tengan dinero. Brett Arends de SmartMoney.com escribe que:
Las ganancias, como porcentaje del PIB [producto interno bruto], son las mayores desde que el registro oficial comenzó en 1940. Promediaron el 7,5 por ciento del PIB bajo Ronald Reagan; un 11,7 por ciento durante los tres primeros años de Obama. El año pasado, llegaron a un 12,9 por ciento.
El año pasado, dice el Departamento de Comercio, las ganancias empresariales ascendieron a $1,9 billones... Eso es $6.500 por cada ciudadano estadounidense. En 1999, en la cima del gran auge del decenio de 1990, esto era 3.000 dólares por ciudadano.
Como resultado, las corporaciones estadounidenses están sentadas sobre un tesoro de $2 billones en efectivos. Algunas compañías, deseosas de aprovechar la caída de los salarios y beneficios, han invertido en nuevas fábricas, provocando un modesto repunte en el empleo manufacturero. Sin embargo, a fines de 2011, la inversión empresarial aún permanecía un 8 por ciento por debajo del máximo de la última expansión económica.
Entonces ¿por qué las empresas no invierten? El economista y columnista del New York Times, Paul Krugman, sostiene que los políticos y los encargados de formular políticas económicas persisten en las mismas políticas retrógradas que fueron desacreditadas durante la Gran Depresión de los Treinta.
Krugman escribe, en su nuevo libro ¡Pongan Fin a Esta Depresión Ahora!, que aquellas políticas han reaparecido en la forma de la austeridad, favorecida por la derecha en Estados Unidos, hoy devastando Europa. La administración Obama, Krugman argumenta, ha sucumbido a esta presión al no implementar un estímulo económico a la escala necesaria y al no poner en práctica un programa de empleo similar a los implementados por el presidente Franklin Roosevelt, en la década de 1930.
Según Krugman, la crisis actual comenzó cuando la burbuja inmobiliaria estalló:
La inversión empresarial siguió, porque no hay razón de expandir la capacidad cuando las ventas aminoran y un montón de gasto público también ha caído así como gobiernos locales, estatales, y algunos nacionales se han visto privados de ingresos. Bajo gasto, a su vez, significa bajo empleo, porque las empresas no producirán lo que no puedan vender, y no contratarán a trabajadores si no los necesita para producir. Estamos sufriendo de una grave baja global de la demanda.
El resultado, dice Krugman, es mayor deterioro económico o el tipo de crecimiento desesperadamente lento que estamos viendo en EE.UU. hoy en día.
Krugman plantea una serie de medidas para promover la demanda, incluyendo más gasto de estímulo orientado a la infraestructura, un programa de agresiva refinanciación para propietarios bajo el agua en sus hipotecas, y medidas más audaces por parte de la Reserva Federal para estimular la actividad económica. Él argumenta: "La depresión en la que estamos es esencialmente gratuita: no es necesario sufrir tanto dolor ni destruir tantas vidas".
Pero Krugman está equivocado en dos aspectos fundamentales.
En primer lugar, los programas de austeridad que están prolongando la depresión no son simplemente promovidos por los ideólogos de estrecha visión. Estas políticas son el producto de los cambios en la economía mundial.
Las economías avanzadas de EE.UU., Japón y Europa Occidental están siendo retadas por nuevos competidores, China principalmente, pero también de otras potencias emergentes como Brasil e India. Agobiado por la deuda masiva dejada por la burbuja inmobiliaria, el gran capital en los países avanzados está decidido a reducir el costo de la mano de obra y el gasto social para hacer frente a la ventaja de sus nuevos rivales: salarios más bajos.
Es por eso que casi todos los partidos del establecimiento político--socialdemócratas y conservadores en Europa, republicanos y demócratas en Estados Unidos--se unen para llevar a cabo políticas que oprimen a la clase obrera en beneficio del capital. Podrán diferir en cuándo y cuánto recortar, pero comparten una agenda común.
El segundo error en el enfoque de Krugman es que, si bien reconoce que el capitalismo tiene una tendencia crónica a entrar en recesión, hace caso omiso a su característica tendencia de largo plazo a la crisis de la rentabilidad. Y porque el capitalismo está orientado a la maximización del provecho económico a costa de las necesidades humanas, una crisis de rentabilidad martilla, inevitablemente, a los trabajadores y los pobres.
CIERTAMENTE, KRUGMAN tiene razón en decir que no hay necesidad para que los trabajadores se lleven el gran peso de la crisis mientras los capitalistas salen de la recesión con su riqueza y poder político intactos. Pero donde Krugman ve la respuesta en un simple giro de la política económica, lo cierto es que tales cambios sólo vendrán cuando los trabajadores estén organizados y sean lo suficientemente poderosos como para obligarlos.
Ese fue el caso en la década de 1930, cuando una explosión de lucha obrera y organización sindical obligaron a Franklin Roosevelt a aplicar el Nuevo Trato--que incluyó un programa de empleos y reformas de bienestar social, como el Seguro Social. Frente a la revuelta de 1930, incluso empresas agresivamente anti-sindicalistas tuvieron que aceptar contratos colectivos con mejores salarios y condiciones de trabajo.
Tarde o temprano, esta depresión va a terminar. La pregunta es cuándo... y cuánta miseria debe ser soportada. Eso depende de cómo los trabajadores respondan. En el Medio Oriente y África del Norte, la crisis económica sentó las bases para movimientos revolucionarios que han derribado y golpeado a algunos de los regímenes más represivos del mundo. En Europa, los trabajadores de Grecia, España y otros países se han movilizado para oponerse a los recortes del gasto social y el desempleo.
Hemos visto cómo la crisis ha generado resistencia en EE.UU., de la rebelión laboral de Wisconsin al Movimiento Ocupa. Pero la resistencia apenas está comenzando.
En la actualidad, con poco más del 7 por ciento de los trabajadores del sector privado en sindicatos, la organización será una vez más la clave para cambiar el equilibrio de fuerzas entre los trabajares y los patrones. Al mismo tiempo, el pueblo obrero tendrá no sólo que resistir los recortes al gasto social, sino también luchar para crear un estado de bienestar real para contrarrestar el creciente número de crisis sociales--no sólo la del desempleo, sino también en temas como la pobreza, que afecta a uno de cada cuatro niños, o la agobiante deuda de los estudiantes universitarios.
Sin embargo, las crisis económicas se repetirán una tras otra mientras el sistema capitalista continúe. En última instancia, la única solución es la creación de un nuevo sistema, basado en las necesidades humanas y no en el provecho de unos pocos.
Traducido por Orlando Sepúlveda