Una desigualdad diseñada

May 13, 2013

El sistema capitalista debe mantener la desigualdad como una función del provecho económico.

JAYNE Y Charles tienen mucho en común, excepto por casi todo.

Jayne DeWitt comenzó a trabajar en la planta papelera Georgia Pacific en Bellingham, Washington, en la década de 1970. Cuando la planta cerró en 2001, ella tuvo que manejar 136 millas cada día para ir y volver de su nuevo trabajo en Kimberly-Clark en Everett. Esa planta cerró el año pasado. A los 64 años de edad, ella debería estar pensando en su jubilación, en cambio, está buscando un nuevo trabajo.

Charles Koch también tiene una historia con Georgia Pacific; él es el dueño. Junto a su hermano, y compinche libertario ultraconservador y rompe-sindicatos, David, Charles dirige la multimillonaria Industrias Koch. La revista Forbes pone a ambos en el lugar número 41 de su lista de las personas más poderosas del mundo, un par de posiciones por encima del líder norcoreano Kim Jong-un.

A los 77, David Koch también está en edad de retiro, pero con un valor neto de $34 mil millones, ¿a quién le interesaría renunciar a su "trabajo" --si así se lo puede llamar?

Hungry on the streets of Denver

Ésta es una manera de ver la magnitud de la brecha entre los ricos y el resto de nosotros en EE.UU., la que ha estado creciendo más y más en los últimos cuatro decenios. Otra forma son los números.

El periodista David Cay Johnston, en un artículo escrito para Tax Analysts, informó que el ingreso promedio del 10 por ciento de los estadounidenses más adinerados, después de ajustar por la inflación, aumentó en 116 mil dólares entre 1966 y 2011. Al otro 90 por ciento de la población le fue diferente. Sus ingresos crecieron en un promedio de $59.

Cincuenta y nueve dólares; lo que vale llenar el carro o la mitad de la canasta familiar. O 0,000000017 por ciento de lo que Charles Koch tiene. ¿Y los 116 mil dólares? Koch tiró al menos dos veces más en las elecciones de 2012, solamente.

Johnston también señala que a medida que la economía se recuperaba, los ingresos y la renta impositiva crecieron entre 2009 y 2011. Pero la friolera de 149 por ciento de ese aumento en los ingresos llegó a parar al 10 por ciento más rico. Para el 90 por ciento de abajo, los ingresos cayeron en esos años.

En otras palabras, si estamos experimentando una recuperación económica, como los medios afirman una y otra vez, se trata de una recuperación a expensas de los trabajadores y los pobres.

Para las minorías negras y latinas, la brecha es aún más ancha. Según el Instituto Urbano, a partir de 2010, una familia blanca ganó, en promedio, alrededor de $2 por cada dólar de una familia negra o latina, algo que se ha mantenido más o menos constante durante los últimos 30 años.

Esta estadística, por sí sola, es un muy vergonzoso comentario acerca de nuestra llamada sociedad de "iguales", pero hay más. Después de medir la riqueza en vez de ingresos, lo que incluye factores tales como seguros, educación, vivienda y ahorros para la jubilación, el Instituto encontró que antes de la recesión, las familias blancas eran casi cuatro veces más ricas que las familias no-blancas. Para el año 2010, eran casi seis veces más ricas.


DURANTE LO más profundo de la Gran Recesión, entre 2008 y 2009, la solución de los "expertos" económicos fue inyectar dinero en las arcas corporativas, por medio de rescates a los bancos y enormes dádivas fiscales a la gran industria. Pero en lugar de "chorrear" hacia abajo, la riqueza se quedó retenida en una cada vez mayor reserva en las alturas. Aun cuando las empresas estadounidenses han vuelto a registrar récores en sus ganancias, se han asegurado de no compartirla con los trabajadores.

Al contrario, el proceso de extraer mayor riqueza de un número menor de trabajadores sólo se ha acelerado. A pesar de que los trabajadores norteamericanos son 30 por ciento más productivos que hace una década, sus salarios se han estancado o bajado.

Parte de la riqueza yace alrededor sin ser usada; el empresariado se sienta sobre una montaña de efectivo estimada entre 1,400 y 5 billones de dólares, dependiendo en cómo cuentas el efectivo.

Al mismo tiempo, mucho dinero está siendo usado en desuso. Según el New York Times, los bancos de Wall Street y las firmas inversoras están una vez más apostando con los mismos complicados "productos financieros estructurados" que trajeron el sistema financiero mundial al borde del colapso en 2008.

"Los bancos están recurriendo a algunos tipos de productos estructurados, tanto o más rápido que antes de que se desplomara el piso", reportó el Times. "En lo que va del año, por ejemplo, los bancos han emitido $33,5 mil millones en bonos respaldados por hipotecas comerciales, un poco más que a comienzos de 2005, cuando el mercado inmobiliario volaba alto, según datos de Thomson Reuters".

Como analista Tad Philipp dijo al Times: "Los apostadores en el negocio son generalmente los mismos que eran antes. Porque son los viejos jugadores, ellos saben cómo empujar los límites".

Y si el retorno del casino capitalista de Wall Street no es suficiente para ilustrar las torcidas prioridades del sistema, ahí está la insatisfacción aristócrata con la brecha récor entre sí y los pobres. Ellos quieren más, y quieren que los trabajadores paguen por ello.

El trabajo realizado por tres investigadores políticos de Northwestern University, citado en un artículo del columnista del New York Times, Paul Krugman, muestra cómo el rico piensa diferente al resto de nosotros, sobre todo en torno a cuestiones económicas básicas, como trabajo y gasto social.

A la pregunta de si "el gobierno debiera proporcionar un nivel de vida digno para los desempleados", sólo el 23 por ciento de los adinerados encuestados contestó que sí, frente al 50 por ciento de la población general. En cuanto a si "el gobierno de Washington debería velar para que todo el que quiera trabajar pueda encontrar un empleo", el 19 por ciento de los encuestados ricos dijo que sí, comparado con el 68 por ciento del público general.


ES OBVIO, pero lo repetiremos de todos modos: El súper-rico piensa muy diferente a nosotros. Pero esto no es sólo porque alguien como David Koch es un patán que desprecia a la clase obrera --aunque eso sea cierto-- sino porque el sistema capitalista está organizado para enriquecer al rico, a nuestra costa.

El gran líder socialista americano Eugene Debs llamó al capitalismo "un orden social en el que es posible que un hombre que hace absolutamente nada útil amase una fortuna de cientos de millones de dólares, mientras que millones de hombres y mujeres que trabajan todos los días de sus vidas apenas aseguren suficiente para una existencia miserable".

Las cifras hoy pueden ser más grandes que cualquiera que Debs pudo haber imaginado hace un siglo, pero la desigualdad que observó aún halla alrededor, floreciente.

La desigualdad está al centro del capitalismo, porque la dinámica del sistema es la cacería de ganancias por una clase dominante minoritaria que controla el producto del trabajo de la gran mayoría.

Porque el provecho económico precede a la necesidad humana, el capitalismo lo mismo asigna recursos a fines constructivos como destructivos. Si hay dinero que hacer produciendo avances médicos vitales, entonces los capitalistas los producirán. Pero en el mismo aliento, si es rentable producir armas cada vez más mortíferas, entonces producirán la "oferta" para suplir esa "demanda".

Con torcidas prioridades viene una torcida ideología, con un ejército de "expertos" explicando por qué esto es perfectamente normal. Siguiendo el "sentido común", los políticos desprecian al pobre por su pobreza y celebran al rico por su habilidad de acumular riquezas, no importa de donde venga.

La misma lógica invertida se aplica a toda la sociedad. Por ejemplo, el supuestamente imparcial sistema de justicia penal acosa y encarcela a la clase obrera y al pobre, desproporcionadamente a negros y latinos, mientras los ejecutivos industriales y funcionarios de gobierno responsables de lesiones y muertes laborales quedan en libertad.

Y millones de personas no tienen techo o alimentos en un país donde las viviendas embargadas están vacías y la producción de alimentos es estrictamente limitada para mantener los precios altos, porque no es rentable producir alimentos para eliminar el hambre.

El hambre, la indigencia, la devastación del medio ambiente, la pobreza, el crimen, y otros males como estos no son aberraciones del capitalismo, sino fundamentales para mantener la desigualdad en función de la dinámica en su esencia misma.

Por el contrario, la promesa básica del socialismo, una democracia obrera, es un mundo donde el provecho eliminado con el fin de dedicar todos los recursos para satisfacer las necesidades humanas.

Entre el 27 y 30 de junio, activistas y pensadores de izquierda, de todo el país y el mundo, se reunirán en Socialismo 2013, en Chicago, un fin de semana de discusión y debate de ideas y estrategias para ganar un mundo nuevo.

Aquellos luchando contra los empleadores de sueldos miseria, sindicalistas de base, estudiantes unidos contra los recortes presupuestarios, víctimas de la brutalidad policial luchando contra el Nuevo Jim Crow, quienes denuncian el sexismo, la discriminación anti-LGBT y el racismo, y muchos otros estarán en Socialismo 2013 para hablar de la lucha hoy y la lucha por un futuro en el que la desigualdad y la injusticia sean suprimidos.

Esperamos que estés ahí, también.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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